El madero vertical de la Cruz de Jesucristo



Estando de acuerdo, aunque no al cien por cien, con las posiciones del matemático Anatoly Tomofeevich Fomenko, no podemos creer el contenido de la novelística templaria con respecto al Santo Grial. No tenemos más que tres referencias a la copa de la Sagrada Cena en tres de los Evangelios y una referencia en una carta de San Pablo. Escritos que, a pesar de considerarse canónicos en los Concilios de la Iglesia, también es lógico que sufrieran transformaciones, sobre todo al ser traducidos a distintas lenguas. Todo se queda en referencias de referencias, pero sin llegar a nosotros textos originales y fidedignos, constatables y ciertos según el método de la ciencia actual. Tiene razón Fomenko al insinuarnos que, a lo largo del tiempo, el ser humano ha narrado, inventado, transformado los acontecimientos y su significado, pero que la ciudad de Roma tuvo espectáculos con miles de espectadores parece bien probado; y que los entierros de los faraones eran apoteósicos, parece también evidente por los restos encontrados. Parece comprobado también que, en la Edad Media, el interés por encontrar la copa de la Sagrada Cena despertara pasión, siendo una de las reliquias del Cristianismo más apreciada. Lo cierto es que un objeto tan pequeño y sin capacidad de trocearlo se esfumó sin dejar rastro más que en la imaginación de generaciones posteriores que han alimentado inventos y leyendas sin cuento. Por lo menos es creíble un mensaje sin más mitificaciones que lo estricto, lo escueto: que Jesucristo quiso que se perpetuara una liturgia para memoria eterna. Esto creo que lo firmaría Rudolf Bultmann. Pero los maderos en los que murió Jesucristo clavado fue más difícil que se esfumaran. Sólo entra dentro de la lógica del quehacer humano que los allegados a Jesucristo los conservaran, pero hasta el siglo IV no se sabe más. Cuatrocientos años sin seguirle la pista. ¿Será verdad que el Emperador Constantino, a instancias de su madre, se los llevara a la actual “Estambul” en Turquía? No hay argumentos para negarlo, pero nada más que eso. Otros ocho siglos en las tinieblas informativas acerca de los maderos. Lo que sí está constatado es el interés de los Templarios por poseer esas reliquias y poder hacer astillas diminutas de ellas para engastarlas en cruces-relicarios llamándoles a cada una de ellas la Vera Cruz, tanto por el interés religioso como por el económico, dada la fuente de ingresos que suponía. No vamos a relatar la cantidad de veracruces desparramadas por el mundo, sólo recordemos la de Astorga en la provincia de León y la de Caravaca en la provincia de Murcia, como ejemplos. Lo que damos por cierto pues es contrastable, sin tomar al pie de la letra la revisión cronológica de la historia de la teoría de Anatoli  Fomenko, es que los Templarios conquistaron el madero vertical haciendo de él trocitos diminutos, pero cuando llegó el exterminio del Temple, conservaban todavía el mayor trozo, la parte inferior donde habían estado clavados los pies de Jesucristo con algún conato de brizna de sangre seca. Del madero horizontal donde estuvieron clavadas las manos no hubo más noticias desde el siglo cuarto, pero del vertical conservaron los templarios un buen trozo hasta principios del siglo XIV en que desapareció junto con el mayor tesoro en piezas de oro y plata. Desapareció todo en una ciudad de la costa atlántica junto con toda la flota templaría del Atlántico. Los rastros seguidos apuntan a tres opciones: otro enigma. Hay que conseguir más noticias para ir descartando. Seguimos recabando documentación para ver a dónde nos lleva nuestra búsqueda. La cosa se presenta lenta y agoniosa. Tengamos paciencia.

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