jueves, 10 de mayo de 2012

La crisis del siglo XXI


“El molino de oro” (Cuento)
En un pueblo de La Cepeda, a no más de tres o cuatro leguas de Astorga, un  mozo  que había quedado huérfano desde muy niño, rubio de pelo, mejillas rojas, anchas espaldas y pescozudo,  llamado Sancho Sánchez, entró a servir en la casa del molinero y su esposa a quienes Dios no les había dado descendencia, por lo que al mozo  noble, leal y trabajador incansable, le confiaron  la administración del negocio  cuando el molinero cayó en unas fiebres que poco más tarde lo llevaron a la tumba. 
   Trabajaba el mancebo de sol a sol descargando y cargando sacos de trigo y harina. Además del sueldo, la molinera le pagaba una pequeña comisión  de unos gramos de harina por cada saco molido, con lo que, al cabo del tiempo, tantos sacos había molido que compró el molino por la cantidad de 100 reales cuando proporcionaba unos 20 reales de beneficio cada año. Había hecho un buen negocio a pesar de que su destino seguía siendo trabajar día y noche en el molino. Se casó con la moza más lozana del lugar y tuvieron cuatro hijas.
   De vez en cuando, llegaba al molino un  arriero maragato con su tartana  cargada de sacos. Éste era moreno, requemado por el inclemente sol en sus largas travesías. Además de haber amasado con sus transportes una muy buena fortuna, había encontrado en un barranco de Despeñaperros los cadáveres de cuatro mulas junto a una tartana descuartizada y desparramado por el precipicio un tesoro, el que perdieron los ladrones  en su despavorida huida después de haber cometido el mayor atraco del siglo.
   Después del hallazgo, se calló como un muerto  y no confió a nadie su secreto.
   Las pobres mulas -pensaba- no podrían tirar de tanto oro, tantas piedras preciosas, tanta plata, así que, poco a poco, en varias idas y venidas, durante más de tres meses consiguió ir llevando  a Castrillo de los Polvazares, de donde era oriundo, todo el tesoro encontrado, y lo escondió dentro de unas cubas desvencijadas en las cuadras de su casa. Se llenó de lujo. Puso cuarto de baño con grifos e incluso una caldera de agua caliente, única en toda la comarca. Compró y vendió tierras, amasando más fortuna, con lo que llegó a coger fama del más rico de la provincia e incluso de toda España. Llegó a ser conocido por Ricote, apodo de su agrado, pues respondía con una amplia sonrisa cuando así se le llamaba y se le conoció en la comarca por Ricote el Moreno, de tal manera que sus vecinos llegaron a olvidarse de su nombre y apellidos. No sólo era moreno de pelo rizo sino que en sus costumbres, como gran parte de sus paisanos,  se mostraba como un morisco, pues su mujer había trabajado siempre el campo con los bueyes mientras él viajaba; y en los partos de  sus hijos habían practicado la covada.
   La inquina que trae el dinero y la ignorancia -decían los viejos- propició una rivalidad entre Sancho Sánchez Rubio y Ricote Moreno, que se transmitió a los cepedanos y los maragatos paisanos de ambos, provocando algaradas y reyertas de toda laya, apedreas sangrientas y presunción sin límite  defendiéndolos de sus faltas y corrupciones como si fueran dos reyezuelos
Pasado un tiempo, Sancho Sánchez Rubio cayó en infortunio pues unas tuberculosis llenaron su casa y antes de que la muerte se llevarse a su mujer y cuatro adoradas hijas, los galenos y las medicinas habían arrebatado sus dineros metálicos y sólo le quedaba  su trabajo y el molino.
Ricote Moreno, endiosado por el culto que le tributaban sus vecinos, sin compasión alguna, encontró la ocasión propicia para comprarle el molino a Sancho y convertirse en dueño absoluto de las dos comarcas regodeándose incluso en la humillación que supondría para Sancho y  sus vecinos cepedanos.
  
El astuto Ricote Moreno le ofreció más del doble de lo que en realidad valía el molino, y cerraron el trato en 250 reales. 
   Todos los vecinos se extrañaban y los más atrevidos llegaron a preguntar a  Ricote Moreno a ver cómo había dado tanto dinero por el molino, a lo que respondía con cinismo inmenso que la virtud de la caridad lo movía  para paliar las lágrimas de Sancho Sánchez Rubio.  Pero guardaba con celo la información privilegiada, que había obtenido en su último viaje a Madrid,  acerca de la futura construcción de un pantano en Villameca con lo que la moldera discurriría próximamente caudalosa no sólo en invierno sino en verano, por lo que en realidad había comprado el molino muy barato ya que la revalorización en un futuro no muy lejano sería inmensa.
   Cuando más tarde llegaron a La Cepeda  las noticas de la construcción del pantano, Sancho Sánchez Rubio se derrumbó por el pésimo negocio que había hecho, comprobando  lo listo que había sido Ricote Moreno,  e incluso enfermó del estómago  tanto que suscitó la compasión de sus paisanos a quienes  enternecía  cuando esgrimía que había tenido que vender el molino por las muchas deudas que había contraído a causa de las enfermedades de su mujer e hijas.
   El cura fue el primero que recaudó en la colecta casi una fortuna para ayudar a un feligrés tan cristiano como había sido Sancho Sánchez Rubio. Y entre el cura, las damas de caridad de la parroquia y otras instituciones benéficas llegaron a recaudar más de 20.000 reales , para que Sancho recuperara su molino, habiendo suscitado en las gentes compasión hacia un viudo con tantas calamidades.
   Con esta  enorme cantidad, Sancho Sánchez Rubio salió corriendo en busca de Ricote Moreno hasta el pueblo de la Maragatería para recomprarle el molino. Estaba muy seguro de que la operación se llevaría a cabo con éxito y le habló de esta manera: “Amigo Ricote, vengo a recomprarte el molino por la cantidad de dinero que  nadie  te ofrecería: 20.000 reales”.
   Ricote al verlo tan ávido  y deseoso del molino no aceptó el trato a la primera y lo tuvo esperando varios días, durante los cuales volvía Sancho a la carga con lágrimas en los ojos para conseguir de nuevo el molino. Hasta que un día, Ricote ya le pidió 25.000 reales. Sancho se tomó una semana de descanso y pensó y pensó si debería pagar los 25.000 reales,  porque el molino seguía produciendo de beneficio solamente los 20 reales anuales que siempre había producido. Pero no tenía otra opción que comprarlo pues, de lo contrario, tendría que devolver al cura y a las almas caritativas  lo que habían recaudado. Ya se le daba un valor al molino infinitamente superior a lo que en realidad valía,  a pesar de lo cual, consiguió los 25.000 reales suponiendo que muy pronto volvería a duplicar su valor; de tal manera que Sancho Sánchez Rubio quedó siendo dueño del molino, como al principio; y Ricote Moreno añadía 25.000 reales a sus arcas.
   Sancho ahora era el dueño del molino pero también tenía que seguir trabajando de sol a sol cargando y descargando trigo y harina como de costumbre, con lo que concluyó que de poco le servía ser el dueño del molino.

Al día siguiente, Ricote contaba plácidamente el dinero a la sombra de un nogal, y Sancho, que ahora era dueño del molino, envuelto en su avaricia, cometió la torpeza de salir corriendo en busca de Ricote y le dijo: "Te lo vendo por 50.000 reales",  con lo que Ricote entendió que Sancho había caído en una usura que lo cegaba sobremanera y lo hacía caer en la mayor de las torpezas con estupidez sin límites, por lo que accedió al nuevo trato.
   Llegado este  momento,  Ricote Moreno era, de nuevo,  el dueño del molino y Sancho su criado, pues aunque tenía 50.000 reales, era el que trabajaba en el molino y  cobraba el jornal por moler los granos.
   Pensó Sancho dejar de trabajar y largarse con los 50.000 reales, pero la usura lo fue invadiendo y trazó otro plan para multiplicar su dinero. 
El molino seguía produciendo los mismos 20 reales anuales, pero ya se había pagado por él quinientas veces su valor.
   Ricote, que no trabajaba, tenía todo el día y toda la noche para analizar minuciosamente las idas y venidas de Sancho, quien no paraba de cargar y descargar sacos de granos y de harina molida con las espaldas siempre doloridas. Ricote entendió con la mente muy lúcida que la usura desmedida era lo que seguía inundando la mente de Sancho: "Trabajo y usura, trabajo y usura inundaban su mente". En algún momento llegó a darle lástima la debilidad en la que había caído Sancho.
    Ricote se enteró de que, para conseguir otra vez el molino, Sancho el rubio pidió un préstamo de 100.000 reales, cantidad que le exigía el morisco Ricote y así Sancho se hizo de nuevo con la propiedad del molino con la total seguridad de que pronto se arrepentiría Ricote y sacudiría todos sus tesoros, que parecían inacabables. Así fue, pues no pasó más que un día y vino Ricote con su tartana tirada por dos mulas con las ollas llenas de monedas de oro de 25 pesetas que, al contarlas, salieron a relucir 50.000 pesetas en monedas de oro de a veinticinco.
   Pensaba Sancho Sánchez Rubio que había hecho caer a Ricote Moreno en la infernal trampa del toma y daca y así podría, en unas cuantas operaciones más, quedarse con toda su fortuna, que nadie podía calcular. y siguió pidiendo préstamos  sin cuento multiplicando en cada operación el valor del molino.
Ricote observaba la babilla de Sancho envuelto en la inconmensurable usura, de la que iba a aprovecharse para seguir arruinando a toda la comarca. Y así sucedió, de tal manera que Sancho convenció a todos los habitantes de La Cepeda de que con aquel negocio se quedaría, al final, con todo el tesoro que Ricote guardaba, pues consideraba que había entrado en la rueda de la que ya no podía salir hasta su ruina total. Y ese fue el principio de la "Banca Sancho Sánchez Rubio" , primer banco de España al lado del río Tuerto a muy poca distancia del balneario “La Fortificante”.
   Todos los campesinos llevaban sus ahorros al banco de Sancho pues en cada operación de toma y daca les apuntaba, en una libreta, las cantidades que tenían, y cada vecino veía incrementar en la libreta la cantidad de sus ahorros en cifras astronómicas, lo que atrajo a meter en el banco de Sancho hasta el último céntimo de todos los ahorros de la comarca.
   En los últimos tratos entre Ricote y Sancho, ya tenían que llevar cada uno sus tartanas para trasportar las ollas de monedas, pues un simple molino había llegado a tener el valor de cincuenta millones de pesetas, que no lo valían todas las tierras y ganados de la provincia. Pero Sancho se convirtió en el primer gran banquero de España e incluso de Andalucía y hasta de Barcelona, de donde venían mercaderes a meter sus pesetas en el banco de Sancho para que siguiera en la infernal rueda del valor del molino.
Llegó un momento en el que Ricote Moreno urdió un plan definitivo pues pensaba que habría de llegar el día en el que su tesoro se acabara y sin embargo Sancho no paraba de recibir dinero metálico de oro y plata incluso allende los mares, de Buenos Aires y hasta de Cuba y de Nueva York, pues hasta allí habían emigrado muchos lugareños llamados indianos. Ni siquiera los pobres maestros tenían su dinero en casa, lo cobraba Sancho Sánchez Rubio y apuntaba en una libreta los ahorros de cada funcionario, de cada obrero, de todos los que recibían nómina. Se hizo con el dinero de todos, quienes lo único que tenían era una libreta con apuntes, pero el oro lo atesoraba Sancho Sanchez. 
Ricote llegó a ser el dueño del molino con un valor contable de cien millones de pesetas pero todo el dinero estaba en poder de Sancho;  pero hete aquí que la usura de Sancho se desbordó y, pensando que ya, por fin, iba a arruinar totalmente al Ricote Moreno con una operación más, le ofreció 200 millones por el molino, pues ya suponía que a la siguiente, Ricote ofrecería 400. Éste aceptó y soltó el molino a cambio de los 200 millones, que eran todos los ahorros que Sancho había recaudado del sudor de generaciones y generaciones de trabajadores y campesinos, funcionarios y directivos, amas de casa y militares.
Aquella noche, mientras Sancho hacía apuntes y más apuntes escribiendo lo que a cada campesino le correspondía del gran valor que tenía el molino, ahora de su propiedad, Ricote desapareció para siempre, y con él, desapareció el dinero en monedas de oro y plata generado por el trabajo y herencias de todos los que se habían convertido de trabajadores en usureros, que le habían confiado sus dineros al banco de Sancho Sánchez.
No se sabe si la fantasía popular exageraría, pero cuentan los viejos que siempre oyeron hablar de que las tartanas, que iban y venían con las ollas repletas de oro, no eran una recua  solamente sino que una tras otra ocupaban el camino desde Sopeña a Carneros, cada una con cuatro mulas. En aquel trecho de camino se concentraba la riqueza de casi todo el reino de España que desde entonces dejó de ser el gran imperio que siglos atrás había sido.
A pesar de que otras leyendas hayan atribuido la ruina de la nación, bien a la guerra de Cuba, bien a la independencia de las naciones americanas, lo que verdaderamente provocó la ruina de España fue la desaparición de Ricote con la inmensa fortuna.
La propiedad del molino, que fue con lo único que se quedaron los pobres inversores, se la tuvieron que  repartir entre los millones de propietarios y empezar de nuevo desde cero, cada cual en su trabajo.
Hay quien sostiene que Ricote Moreno  llegó a las costas portuguesas, donde embarcó todo el oro en varios navíos rumbo a África y naufragaron, por lo que el inmenso tesoro se encuentra en el fondo del océano. Otros cuentan que llegó el oro a su destino a Siria, otros que a Egipto, incluso algún atrevido ha osado situar el tesoro en el palacio del primer rey alauita. Y desde entonces las comarcas de la Cepeda, Maragatería, y Cabrera no han salido de sus ovejas y de sus duros inviernos; pese a lo cual, a Sancho Sánchez Rubio en el día de su muerte se le rindieron homenajes de Ricohombre y se le dio sepultura cristiana a pesar de sus repetidos intentos de suicidio. Y colorín colorado, este cuento no ha acabado.

*Un real = 0,25 pesetas

(El que tenga oídos para oír, que oiga: yo cambiaría el título del cuento  que ya contaba mi bisabuelo, por “La crisis del siglo XXI”)